Eres tan pequeño que casi te has ahogado
en el río más ancho, en el profundo océano.
Estás donde los vientos del mundo dan la vuelta
para engendrar en tierra el sueño americano.
Tu tierra tiene trigos y suelos calcinados,
tiene sones antiguos de indios y de gauchos,
tiene una voz charrúa, un amor español
y una historia de odios tan triste como un látigo.
Por el barrio de Palermo
cantan los negros.
En el Cerro explotan
a los obreros.
¡Candombe, candombe triste,
cuánto te quiero!
La vida transcurría tan lenta como el agua
con sed de sauce y sed de amante en los abrazos.
Ciudad de calles grises, de grises caserones,
de anchas avenidas, de amores y de pájaros.
Política los lunes, café con los amigos,
playas de arena dulce, fútbol todos los sábados
y de las pampas vienen en trajes domingueros
adustos sanduceros y alegres maragatos.
Paso de los Toros tiene
los trenes muertos
y en Florida se mueren
de aburrimiento.
Para gozar la vida,
Montevideo.
El día siempre tiene sabor a mate amargo,
a viejos heroísmos, a orgullos olvidados
como si el hombre fuera, recuerdo de si mismo,
sólo una piel gastada y un corazón cansado.
Con esas piernas hizo Artigas una patria
sin fronteras de alambre ni patrón en los campos.
Salteños, colonienses, rionegrinos de agua,
candombe y pasodoble con ritmos uruguayos.
Baila el niño en Treinta y Tres
como no hay dos
y se muere pequeño
en Tacuarembó.
Te digo que el mundo cambia.
Te lo digo yo