Ella
Era difícil para Andrés pero había que sobrevivir. Había inventado decir "o me faltan huevos o me sobran hijos, o quizás las dos cosas". Pero a veces era realmente difícil. Sobre todo, cuando alguien le ponía en el disparadero.
Estaba ocurriendo esa noche. El coronel había tomado unas copas de más, dicharachero. Tras su aparente alegría se escondía una cierta angustia, incertidumbre quizás.
- A esos que ustedes llaman tupamaros, decía, nos los vamos a cargar. Los vamos a hacer mierda. ¿Qué carajo se creen?, ¿Que ésto es Bolivia?, ¿O Guatemala?. Ustedes tienen la culpa: si no apareciesen tanto en los papeles, la gente se olvidaría de ellos.
El asentía y sonreía comprensivo. "Este cabrón se cree que soy su amigo porque estoy en una revista rica y famosa. No sabe lo que le espera". El tampoco lo sabía muy bien. Había bajado del ómnibus antes de la parada final y había caminado lentamente por la rambla de altos edificios frente a las aguas marrones del río.
Desde que tres amigos habían caido él vivía temeroso. Sabía que no hablarían, pero nunca se está seguro. Además, la revista era del otro lado del charco, cotizada entre la gente "bian". Lo había descubierto en sus viajes por las provincias: uno decía el nombre y la gente, con tal de aparecer en sus páginas, era capaz de entregarle hasta a la hija y lo trataban como a un rey.
El aire era fresco y húmedo. El coronel trabajaba en el Ministerio del Interior. Le suponían culto porque había hecho un curso en Panamá y le habían destinado a las relaciones con la prensa. Y él había volado esa tarde desde Buenos Aires a Montevideo al llamamiento del tiroteo de la noche anterior en un barrio alejado del centro. El gobierno sostenía que se habían resistido; los vecinos, que habían sacado a los siete comunistas, desarmados, del comité y los habían puesto contra la pared para ametrallarlos.
-Nosotros sabemos bien, aseguraba el coronel entre vapores de escocés, que los comunistas no han hecho nada ni lo van a hacer. Pero joden y había que dar una lección a todos. Que sepan todos que este país es serio y no vamos a permitir que se convierta en una bananera.
El no había hecho nada y a veces se sentía culpable. Un periódico de izquierdas cuando los muchachos eran apenas un rumor; otra revista cerrada. Pero tenía muchos amigos que estaban cayendo en ambos lados del río. No podía acompañarlos en sus andanzas -"me faltan huevos, me sobran hijos"- pero los apoyaba. Escribía con letras torcidas: guerrilla donde terroristas, hincapié en la corrupción mientras se condenaba la violencia, diálogo necesario con denuncias de creciente pobreza. Hacía lo que podía. Pero se sentía mal. Como disfrazado. Además, aunque estuviese haciendo reportajes de actrices o de generales satisfechos o de futbolistas mersas endiosados sabía muy bien que, de llegar las cosas a mayores, no perdonarían, que estaría metido en algún archivador del que es imposible salir.
Había respirado profundamente el frescor del río al llegar frente a la casa. Había puesto su aire de ingenuidad respetuosa al apretar el timbre. Ella abrió la puerta, espléndida en su vestido estampado de flores rojas y amarillas, en su sonrisa de spot televisivo, en sus piernas largas y sus largos dedos amenizados de anillos.
Se dio cuenta enseguida. Mientras el coronel hablaba de la guerra y la soberanía nacional ella miraba al periodista: le auscultaba, le escudriñaba, le sonreía, le aprobaba. Supuso: la guerra también ha sido dura con ella, la ha recluido en su casa o en un automóvil seguido por motocicletas o en reuniones de amigos con sombras armadas, vigilantes, a pocos metros.
-Pero, coronel -intentó argumentar- la situación social es a veces desesperante, la inflación, la falta de trabajo...
-Mierda, todo eso es mierda. Aquí lo que hay -ella mirándole, sonrisa puesta- es una conspiración. Si no son comunistas de Moscú son comunistas de La Habana. Da igual. Aquí lo que realmente se quiere es terminar con la propiedad privada, con la libertad. Pero no les vamos a dejar...
Perdió el control, quinto vaso de whisky en mano, y ya no se le entendía, la voz pastosa deslizándose hacia la modorra profunda en el sofá.
Se miraron.
- ¿Estás jugando a dos bandas?.
- ¿Qué quiere decir?. Soy periodista y...
- Pero no creés en los milicos. Creés en ellos
- No sé por qué...intentó una defensa.
- A mi eso no me importa. Que se maten, si quieren. Habláme de vos.
Caminaba nerviosa por el amplio salón. El coronel roncaba acompasadamente.
-¿Qué quiere que le diga?.
Había que estar atento. Quizás era una táctica. Pero ella lo había descubierto, estaba seguro. No había hecho ni dicho nada que lo traicionase. Tras un aprendizaje de años, él sabía cómo hacer una entrevista y que el entrevistado quedase complacido, convencido de que ambos pensaban igual. Lo hacía casi a diario y era fácil: se interroga a cualquiera y cuando el otro hace hincapie en sus desvelos se le pregunta algo parecido a "¿es posible que te tomés tanto trabajo, que te traten así?, o ¿no están abusando de ti?", el ingenuo caía y se entregaba y terminaba contándole hasta sus dramas familiares. Como un amigo.
- ¿Estás casado?
- Sí, y tengo tres hijos ("me faltan huevos; me sobran hijos").
- Por eso...
- ¿Por eso qué?, casi tartamudeó Andrés.
- No hacés lo que realmente querés.
- Yo....
- Eso les pasa a muchos. A veces se está donde no se quiere y es duro. Te sentís que traicionás y no sabés a qué ni a quién. Sos como un exiliado. No tenés huevos para ser héroe y te sobran para ser burócrata, porque si sos héroe podés morir y si sos burócrata vivís seguro. ¿No es eso?.
- Creo -tuteó- que te estás equivocando.
- Oh, no, yo siempre sé lo que digo. ¿Y sabés una cosa?. No hay neutrales. Hay buenos y malos, hay malos y buenos. Y hay cobardes. Pero se les comprende y se les utiliza.
Se acercó por detrás, se inclinó sobre él, sus brazos le rodearon y sus dedos hormiguearon en su camisa. El miró al coronel.
-No te preocupés. Cinco whiskys son como ocho horas de sueño.
Se levantó. Había tenido alguna experiencia y no quería arriesgarse. Esas minas casadas con un héroe de la patria, insatisfechas, sólamente podían comprometerlo. Además, ¿qué pretendía?. ¿No sería una trampa para cazarlo?. El vivía en alerta. Temeroso pero en alerta. Cuando escuchaba pasos detrás en la calle se metía en el primer bar; cuando las conversaciones giraban peligrosamente hacia la política sacaba a relucir el fútbol. A veces se preguntaba si no estaba cayendo en el cinismo. Se lo preguntó a sí mismo el día en que un periodista argentino alcahuete de los milicos le dio la noticia. "Ha caido "el Chacho" González, dijo con una sonrisa. Y él, rápido, certero: "Finalmente han dado en el blanco con un hijo de puta". Después se quedó como alelado, recordando al "Chacho", su cabello negro cayendo sobre los ojos, sus manos grandes - "mirá, decía, las mujeres se enamoran de mis manos"- su sonrisa contagiosa, con su corazón como entumecido de dolor pero finalmente disimulado en la complicidad de la alegría por la desgracia del "Chacho".
- No puedo; no puedo hacer eso. Disculpáme
Ella se puso un poco rígida. Recuperó su posición.
- Pues ya lo ves, se ha dormido. Creo que se terminó la entrevista.
Abandonó la casa. Decidió caminar por la rambla, con el aire húmedo de frente. Esperaba no haber metido la pata. A su derecha la sombra de la cárcel de donde hacía poco se habían escapado más de cien "tupas" por un túnel. Al final, se dijo, nos emocionamos por algunos hechos, los publicamos y la alegría nos dura dos días. No podemos hacer otra cosa. Ella tenía razón. Los buenos, los malos y los cobardes. La mujer era lúcida, sin duda. Pero en esos días todo el mundo, excepto los matadores, buscaba la lucidez. Los niños jugaban a policías y "tupas" y ninguno quería hacer de policía. Eso era bueno. Pero a veces se preguntaba si era bueno.
Bordeó el campo de golf y el parque de atracciones y llegó tarde a su hotel céntrico, a dos pasos de la Casa de Gobierno, a dos metros del cine porno repleto de putas y pajeros. Tirado en la cama se quedó dormido pensando en la mujer. ¿Estaba realmente dispuesta a encamarse en su propia casa?. Claro, aunque parezca cursi, ellas también sufren, con amigas como ellas, pocas salidas, vestidos de lujo para lucir en casa, el temor también a que pase algo, nunca se sabe qué, el silencio de sus maridos sobre lo que sucede fuera de sus cuatro paredes, el amor de repente y rápido, cuando él la desea y lo desea.
Su mujer le había dicho "cuidáte y no te metás en líos; pensá en tus hijos". El pensaba en todo ello ("me faltan huevos, me sobran hijos") cuando se quedó dormido.
Dos días después había conferencia de prensa y el ministro de Interior hablaba de subversión.
- A veces me gusta venir a estas cosas.
Se había sentado a su lado. Era un traje sastre más austero y no había anillos en sus manos, excepto la alianza. El pelo cogido en un rodete sobre la nuca.
- ¿Vos no vas a preguntar nada?
- Ya conozco todas las respuestas
- Soberbio... pero interesante, sonrió.
En la cafetería le contó que su marido había viajado a Chile a una reunión importante. "Parece que todo el mundo está nervioso", comentó.
- ¿Vamos a tu casa o a mi hotel?.
- Yo voy a mi casa pero no con vos. Si querés, acercáte después. A mi no pueden verme entrar en un hotel, y menos con un hombre. ¿Qué pasa?, sonrió. ¿Has decidido convertirte en un valiente?.
Hicieron el amor rabiosamente. Pensó que estaba bien, que se estaba cogiendo a la mujer de un milico y que con ello estaba humillándolos a todos. Después pensó en ella, pobrecita, al lado de un cornudo con pistola. Y le entró ternura, la cabeza en sus pechos; ella, mano en su pelo, acariciándolo lentamente. Pasaron dos o tres horas. De vez en cuando se levantaba, inquieto. Ella se apretó contra él al despedirlo en la puerta. Le besó suavemente en la mejilla y le puso un pequeño papel en la mano.
- Tenés que aprenderlo de memoria antes de salir a la calle. Tenés que hacerlo, ¿entendés?. No me mirés así. Un muchacho te preguntará por él uno de estos días. Pero tenés que aprenderlo de memoria en dos minutos y luego comerte el papel. Comértelo, sí. ¡No seas boludo, no preguntés y comételo!.
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