viernes, 19 de diciembre de 2008

luis pandolfi

Luis Pandolfi

Cuando despertó esa mañana sabía adónde debía dirigirse después de la ducha y el desayuno pero no recordaba a nadie. Bajó las escaleras desde su segundo piso y se cruzó con algunas personas a las que saludó sin reconocerlas. Una vez en el auto todo fue más familiar: conocía esas calles, el kiosko de prensa, los bares, la desgastada estatua en la glorieta.
Estacionó en la plaza Independencia y se dirigió a sus oficinas en el alto edificio de cristales. De nuevo los saludos de desconocidos en el ascensor, por los pasillos. Otra vez las sonrisas y las respuestas murmurando apenas unas palabras ininteligibles. Una señorita entró en el despacho y dejó unos papeles sobre la mesa.
- ¿Cómo has pasado la noche, Luis?
- Bien, he dormido bien. ¿Usted quién es?.
La mujer lo miró sorprendida. Lo hizo largamente, con curiosidad.
- ¿Me estás cargando?
- No. No sé quién es usted. ¿Quién es?
- ¡Estás cada día más loco!
Desapareció hacia los pasillos. Luis miró por la ventana. Sonó el teléfono y al descolgar una voz que no reconoció le dijo que en cinco minutos habría una reunión en la oficina del gerente.
Cuando llegó a ésta cinco o seis personas se repatingaban en sillones amplios de cuero con carpetas en sus regazos. Quien debía ser el gerente estaba detrás de un gran escritorio negro. La señorita de antes estaba sentada a su lado y se inclinaba para susurrarle algo al oido. Comenzaron a hablar de ventas y de comisiones, al parecer de clientes morosos y medidas cautelares y jurídicas. Más de media hora hablando todos casi al unísono, discutiendo sobre asuntos que le eran familiares, excepto cuando mencionaban personas y apellidos
- ¿Y vos, Luis, qué pensás de esto?. No has abierto la boca en toda la reunión.
Todas las miradas convergieron sobre él. Se sintió incómodo
- Es que....no sé de qué están hablando, farfulló. No les conozco...no sé quienes son ustedes.
Hubo un profundo silencio. No sabía que hacer. Los demás lo miraban sorprendidos, quizás esperando otra frase, una explicación.
- No los reconozco, no. Conozco estos muebles, estos cuadros, reconozco estas carpetas azules pero no sé quiénes son ustedes, de verdad, no lo sé.
El silencio se hizo más espeso, casi doloroso
- ¿ Has visto a un médico?, preguntó uno de los hombres. La mujer miraba alarmada.
- ¿Para qué?...Me siento perfectamente.
Cuchicheaban entre si y lo miraban. No supo cuánto tiempo pasó. El hombre detrás del escritorio hizo una señal con su brazo y los demás fueron desapareciendo.
- ¿Qué te sucede, Luis?. Nos estás preocupando a todos
Quedó un rato en silencio. El hombre le observaba y su mirada ciertamente reflejaba interés, casi diría que cariño. Pero no podía descifrar de quién se trataba. Hizo un gran esfuerzo por recordar esa cara mofletuda, esos anteojos negros, el pelo rubio casi pelirrojo.
- No lo sé, no lo sé. Conozco este lugar, te lo aseguro, conozco este escritorio y estos sillones. Incluso me parece haber visto antes esos cuadros en las paredes y esta alfombra, pero no te conozco a vos, no sé quién sos.
- Me estás tomando el pelo. Si lo que decís es cierto, explicáme entonces cómo has llegado hasta aquí.
- No lo sé, casi gritó. ¿Es que me querés volver loco?. Conozco las calles y los edificios, no soy un boludo, ¿sabés?. Pero no te conozco a vos ni a ninguno de los que estaban aquí. ¡Déjenme tranquilo!.
- ¿Sabés lo que tenés que hacer?. Tomáte unos días. Descansá bien. Seguramente has estado trabajando mucho. El estrés, ¿sabés?, el estrés que nos tiene mal a todos. Es una vida de locos. Te doy permiso. Mirá, hoy es miércoles. No volvás hasta el lunes. Reponéte y volvé el lunes, el lunes, sí. Ya se encargará Marta de llevarte tu trabajo. Ahora andáte, andáte y no me andés preocupando a los demás.
Por los pasillos la gente lo miraba como sorprendida y cuchicheando. Sentía los ojos a su espalda y un rumor de voces indescifrables. La misma chica de siempre se puso a su lado como para acompañarle al ascensor. Debía ser Marta. Lo tomó por el brazo y le sonrió suavemente.
-Todo se va a arreglar, Luis, ya verás. Cuando entraba en el ascensor se le acercó más y le dijo casi al oido: "Te veré esta tarde, cariño, a la hora de siempre".
Después de almorzar en el boliche de la esquina, escuchando saludos de algunos parroquianos y sin poder reconocer a ninguno de ellos, Luis volvió a su departamento cerca de la plaza de los Olímpicos. Desde el balcón se veían las copas de los árboles como un tapiz verde y se escuchaban los gritos de los niños del colegio ubicado a unos cincuenta metros a la derecha. La calle estaba vacía, silenciosa. De vez en cuando un transeúnte con pasos tranquilos buscaba las sombras de la vereda para escapar del inclemente sol de febrero.
Puso música en el tocadiscos. Una sinfonía de Mozart. Al lado del aparato una foto en la que se reconoció al lado de Marta. ¿Quién sería esa mujer?. ¿Por qué reconocería las cosas y no a las personas?.
Dormitaba en el sillón cuando escuchó el ruido de la puerta al abrirse. Era Marta. Se acercó a él, dejó la cartera en una silla y se sentó en su regazo. Le dio un beso suave en la boca y sonrió.
- ¿Andás mejor, mi amor?
- ¿Por qué me llamás mi amor?. No sé quién sos. ¿No te das cuenta?. No sé quién sos, casi gritó, desprendiéndose del abrazo de la mujer y poniéndose en pie.
Ella lo miró preocupada.
- ¿Qué te anda pasando, Luis?. No puedo creer que no me reconozcas.
No contestó. Ella también se puso nerviosa. Corrió hacia la foto, la agarró y la mostró
- Decime una cosa. ¿No reconocés esto?. ¿No estamos juntos aquí?. ¿No llevamos más de seis meses juntos? ¿No te acordás -esgrimía la foto como un arma- cuando estuvimos en aquella casita de Piriápolis junto a la playa?. ¿Qué hacías, eh, qué hacías?. ¿Cogías conmigo y no sabías lo que hacías ni con quién?. Vení, vení.
Lo tomó de la mano y le arrastró al dormitorio. Abrió el ropero grande y sacó unas perchas.
- ¿Sabés de quién son estos vestidos?. ¿No lo sabés?. Son míos, sabélo de una vez, míos. Y estos calzones también, y esta cartera marrón. Y el cepillo de dientes verde que está en el baño. Es mío, mío, todo mío. Ahora decís que no recordás. ¿Qué carajo te pasa? ¿Quién te creés que sos para adoptar esa actitud?. ¿A qué mierda estás jugando?.
Luis volvió al living, se dejó caer sobre el sillón y se la quedó mirando fijamente sin decir nada. Ella le observaba y se sentó mirándolo cara a cara. Cinco, diez minutos. ¿Qué podía decir?. Sólamente sostenía su mirada y se frotaba las manos con nerviosismo. La sinfonía había terminado y el silencio llenaba la habitación. El silencio es bueno, pensó, todo debía ser silencio. No hay nada que decir, nada que hablar. No tengo sentimientos, pensó, porque esta mujer parece sufrir y no sé porqué. Debo haberla querido, sí, debo haberla querido. Y si ella está aquí es que debo quererla aún. No, no, es al revés, ella debe quererme a mi. Ella sabe quién soy, seguro que lo sabe. ¿Qué puedo hacer?. Es que no recuerdo, no recuerdo nada. Si recordase sabría algo de mi mismo. Debo tener unos treinta años, pero eso no importa porque no lo sé. Sí, claro que importa. Me deben haber pasado muchas cosas en estos treinta años. Tiene unas bellas piernas. Siento un cosquilleo dulce aquí abajo cuando las miro. Y sus labios son carnosos y sus ojos negros profundos. Está preocupada, se la ve. La oficina era amplia, cómoda, bien amueblada, de modo que debo ser algo importante en ella. Y si la reunión era de jefes, yo soy jefe. ¿Por qué no me dice nada?. ¿En qué está pensando?. Tampoco sé bien cuándo me ocurrió esto, si es que algo me ha ocurrido. Si ellos me conocen y saben de mi es porque he hecho algo con ellos. Es aterrador: me conocen, saben todo de mi y yo los ignoro. Ahora sonrie. ¿Qué le habrá hecho gracia?. Ellos están en ventaja. Ellos saben, sí, ellos saben y yo no. Pueden dominarme si quieren. Lo mejor es no hablar, no hablar.
- Eres como un niño, casi adivinó ella.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué qué?. Te ves tan desvalido. ¿Es verdad que no recordás?
- A vos no te recuerdo
- Vení.
Le tomó de la mano y lo condujo otra vez al dormitorio. Comenzó a desnudarse. La camisa. La pollera. El la miraba sin comprender bien lo que estaba pasando pero el cosquilleo se hizo más intenso. Se acercó a él. Lo abrazó y durante un rato no se movió, apoyada la cabeza en el pecho del hombre. Luego fue desprendiendo los botones de su camisa y se la sacó completamente. Le acarició el pecho, le desprendió el cinturón y comenzó a bajarle los pantalones. Su sexo crecía por momentos y lo invadían oleadas de calor y de placer. Lo sentó en el borde de la cama y lo empujó hasta dejarlo tendido totalmente. El cerró los ojos mientras ella le quitaba los calzoncillos. Sintió un sacudón dulce, profundo, cuando ella comenzó a acariciarle el sexo lentamente y su boca se acercó a sus labios. Primero lo besó suavemente, apenas unos roces; luego su lengua le destrabó la boca y se introdujo en ella paladeando su interior.
- ¿Te gusta?
- Si, mucho
Ella volvió a besarlo profundamente mientras su mano le acariciaba el sexo. Las manos de Luis comenzaron a recorrer su espalda y sus pechos duros, cálidos. Bajó la cabeza hasta ellos y los chupó con pasión. Ella le cabalgó. Sonreía y le pasaba las manos por el pecho y la cara. Tomó su sexo con una mano y comenzó a introducírselo lentamente. Luis creía que iba a reventar. Marta se bamboleaba con lentitud, cerrando los ojos mientras él le acariciaba los pechos suavemente.
- ¿Me querés?, preguntó ella
- Creo que si, respondió
Marta sonrió. A medida que subía y bajaba apretaba con más decisión el sexo del hombre. El se sentía desfallecer de placer. Ella aceleró sus movimientos. Su cabello negro iba para atrás y adelante, atrás y adelante, en un movimiento de sudor y fiebre. Luis sintió que algo iba a explotar, a explotar, a explotar. Terminó en un estertor cuando Marta jadeaba y gritaba como posesa. Ella se recostó sobre su pecho, los ojos cerrados. El abrió los suyos completamente. En el techo de la habitación el sol alargaba la sombra de la lámpara que se quebraba en la pared de enfrente. Pasaron unos minutos.
- ¿Mañana vas a recordar esto?, preguntó ella
- Creo que si, respondió él. ¿Lo haciamos muchas veces?
- Todas las que podiamos aunque, sonrió, últimamente estabas un poco vago
- ¿Cómo me llamo?
- Luis Pandolfi. Tenés treinta y dos años y trabajás como abogado en una firma de importación y exportación.
-¿Y de dónde vengo?
- ¡Ay, Dios mío, qué paciencia!. Naciste en Pando, de "buena" familia. Estudiaste en Montevideo. Tenés un hermano en aquella ciudad. Y tenés amigos: Samuel, Pancho, Federico, Antonio. ¿Qué más querés saber?.
- ¿Cómo y cuándo te conocí a vos?
- En el trabajo, ¿dónde va a ser?. ¿No sabés que en el trabajo es donde la gente se conoce más?. Algunos terminan casándose pero la mayoría sólo cogiendo. Vos eras la estrella en aquel momento. Y sólo yo sé que estuviste preso una vez, pero unos días nada más.
- ¿Preso yo?. ¿Por qué?
- Decían que eras tupa. Fue antes del golpe. Te soltaron a la semana. No pudieron probarte nada. ¿No te acordás de todo eso?
Cuando Marta se fue, Luis prendió la televisión. A principios de 1986, decían, los guerrilleros habían hecho su primer acto político. Aparecía un señor de pobladas cejas diciendo que nunca más a la violencia y a la subversión y otro que hablaba de la historia democrática del país. Después, una telenovela argentina de amores y desamores. Y en el informativo se hablaba de Penarol y la Copa América. Conocía esos colores, sí, los conocía. Se acordaba del fútbol, del estadio, de aquella gloriosa final de 1966 contra el Real Madrid.
Bajó corriendo a comprar los diarios, volvió a su casa y los desplegó sobre la mesa. Leyó apasionadamente todo, hasta los anuncios clasificados. Cuando la penumbra comenzó a rodearlo, nuevamente entró Marta cargada de paquetes.
- ¿Qué haces aquí de nuevo?
- Vivo aquí, ¿o te has olvidado?. Mejor dicho, bromeó, te sobrevivo aquí. ¿Has estado leyendo la prensa?.
- Si, quería enterarme
- Da lo mismo, en este paisito nunca pasa nada y cuando pasa es catastrófico. Mejor no enterarse.
Esa noche hicieron nuevamente el amor y Luis comenzó a reconocer el cuerpo de Marta. Al día siguiente, cuando ella se fue a trabajar, él decidió salir a pasear por la ciudad. Recorrió en su automóvil casi todos los barrios, tomó café en varios boliches y caminó por el Prado. Le gustó perder el tiempo, no tener que ir a esa oficina donde no conocía a nadie ni ocuparse de cosas que ya no entendía.
Marta había invitado a Samuel y Federico. El primero era apasionado, verborrágico, se atragantaba con las palabras y quería vencer, siempre vencer, en las discusiones. Federico era todo lo contrario: meditaba, o parecía meditar, todo lo que decía, elegía las palabras, dejaba hablar y luego se solazaba en mostrar su erudición en todos los temas. Marta parecía contenta, como si no pasara nada, como si todo fuera igual que siempre. Luis no hablaba y los demás le miraban a veces con preocupación y premura, tratando de dar pie con sus palabras a alguna respuesta suya.
- Lo siento mucho, se oyó decir, sé que quieren ayudarme, pero es que no los conozco y ni siquiera sé de lo que hablan.
- Entonces, querido, dijo Federico, vos sos como la bomba de neutrones, que mata a las personas y no las cosas. De ahora en adelante te llamaremos Neutrón.
Todos rieron la salida del amigo. El médico al que le llevaron no se rió. Era un psiquiatra reconocido, por lo visto. Pero no supo decir nada. "Estos casos -dijo a Marta- son muy raros y, además, difíciles de diagnosticar y curar ya que si el enfermo no recuerda nada parece inútil tratar de indagarle en su pasado. Además, la amnesia en Luis también es muy rara porque recuerda la ciudad, sabe conducir auto, se desenvuelve bien en las cosas de la vida cotidiana. Lo único es que no recuerda a las personas. Digamos -terminó- que es como un niño que conoce toda la geografía de su vida pero ha olvidado la historia".
- Y el muy pelotudo, explicó Marta a Samuel, se quedó tan satisfecho con su frase ingeniosa.
Esa noche Luis esperaba a Marta en la cama. La mujer recogía las cosas de la cena y se escuchaban ruidos de platos y cacerolas. No era malo vivir así, se dijo. Marta me quiere y estoy bien con ella. El problema es el trabajo. He leido algunos informes que me ha traido Marta y los reconozco. Incluso ha dicho, cuando le he explicado cómo actuar en un caso, que eso era lo adecuado. Podía volver a trabajar. "Pero, claro, dijo ella, te tendrán que dar casos nuevos, de nuevos clientes, para que conozcás todo a la vez, el cliente y el asunto. Imagináte si te dan un caso viejo y llegas a decir que no conocés al cliente. Se marcharía a otro estudio. Así que lo del trabajo está arreglado. Hablaré mañana con el gerente y le diré que necesitás otros quince días de reposo. Mientras tanto, yo te ayudo a estudiar las carpetas para que te volvás a acostumbrar y te traeré unos libros para que estudies tus leguyerías".
Cuando Marta comenzó a desnudarse él tuvo una erección instantánea. Ella se abalanzó sobre su cuerpo e inició una felación lenta y profunda. Luis gemía de placer. Ella se levantó, le tomó de la mano y le hizo poner de pie. "Ahora, dijo, quiero de otra forma". Se arrodilló en el borde de la cama y él se acercó a ella y la penetró desde atrás. Se movieron acompasadamente, acelerando, acelerando, intentando Luis atraer sus caderas hacia él para que su cuerpo no se le escapase hasta que estallaron en un rugido áspero, largo. Se recostaron agotados.
- ¿Sabés, dijo ella?. Es mejor así
- ¿Cómo así?
- Sí, que no sepas nada, que todo tengás que aprenderlo otra vez. Que sea yo quien te enseñe todo lo que debés aprender.
Luis sonrió. Hacía mucho tiempo, no recordaba cuánto, que no sonreía.
Volvió al trabajo y aprendió los nombres de todos sus compañeros por segunda vez. Le apreciaban pero pronto se dio cuenta de que le daban los casos fáciles, que jamás iban a volver a confiar en él. Ni siquiera lo hicieron cuando sacó adelante una importación de productos por dos millones de dólares para un cliente poderoso del interior aliviándole de numerosos pagos en oficinas estatales.
Marta lo cuidaba tanto que le decía con quién y con quién no debía relacionarse, cómo debía comportarse en todo momento, cuándo salían a pasear o al cine y con quién. Marta imponía su poder sobre él a todos y los amigos llegaban a su casa y se iban al poco rato. "Es que, decía ella, se ponen nerviosos porque hablan y hacen bromas del pasado, cuentan anécdotas y vos ni te enterás, no sabés de qué se trata. Las personas se ponen nerviosas con quien no los reconoce, ¿sabés?."
- Pero ellos me conocen a mi
- Pero no te tienen. Tienen un pasado de vos que tampoco reconocés
- Y vos, ¿por qué seguís conmigo?
- Porque yo te quiero. Es distinto entre un hombre y una mujer.
Es verdad, pensó Luis. Entre un hombre y una mujer es otro idioma. La cosa es más íntima. No necesitan conocerse. Se aman, se necesitan, se cogen y están bien. Pero tengo que conocer a los demás para vivir. Debo conocerlos incluso para poder hablar con Marta de algo que no seamos sólo ella y yo. ¿De qué carajo hablaban Adán y Eva?. Debían aburrirse como ostras. Por eso Caín mató a Abel, por aburrimiento. El crimen es siempre contra los demás. Sin los otros no hay crimen, no puede haberlo. Con los otros puedes ser tú mismo la víctima. Es el riesgo, qué joder. No podemos vivir sin los otros, estamos jodidos, pero los otros a menudo no nos dejan vivir. Acabo de escuchárselo en la tele a un político de izquierda: "Sin violencia no hay solución en Latinoamérica pero en Latinoamérica la violencia no es solución". Palabras, palabras. Nos rodean las palabras. Los otros quieren reconocerse en nosotros, no reconocerse ellos mismos. Les unen las anécdotas, la historia en común pero, sobre todo, el hecho de que creen conocer a los demás. No es que no quieran hablar conmigo; lo que desean es que yo diga lo que ellos quieren oir. Lo he visto claro: cuando Samuel dice algo, Federico le replica explicándole porqué lo ha dicho pero no contesta realmente a sus palabras. Así que las palabras no importan, lo que importa es que alguien nos diga lo que ya sabemos, que nos ayude a ser sólidos, seguros de nosotros mismos. Queremos reflejarnos en los demás y ver una figura atractiva, queremos que los demás nos vean como nosotros nos vemos. "Es distinto entre un hombre y una mujer", ha dicho la muy inteligente. Se creerá inteligente. Pero no es lo mismo con una mujer y otra mujer. Es distinto, cada una con sus palabras, con la historia que tienen. Yo no tengo historia, claro. Sí, sí tengo, lo que sucede es que la tienen los demás pero no yo mismo. Eso les molesta a los amigos, que tienen mi historia pero yo no tengo la suya. La memoria es siempre la culpable. En mi no encuentran apoyos para vivir. Necesitan que se los conozca, que se los quiera por cómo creen que son. "Es distinto entre un hombre y una mujer". ¡Vaya frasecita de teleteatro barato!. No me quiere, claro. O sí me quiere, ¡qué se yo!, pero le soy útil. Coge conmigo, habla conmigo, hace lo que quiere conmigo, me conduce por la vida. Por eso dice que me quiere, la muy jodida. Porque todos estamos solos y ella ha logrado tener un hombre en sumisión, totalmente dependiente de ella. Me quiere porque me enseña, porque ha ganado la lucha por el poder.
Cuando esa noche Marta llegó a la casa, Luis estaba sentado desnudo en el sillón del living.
- ¿Qué hacés así?. ¿Ahora te dedicás al nudismo?
- Vení aquí.
Ella se acercó adonde estaba él, sorprendida e incluso divertida.
- Arrodilláte, ordenó Luis
- ¿Qué decís?. ¿Vos estás loco?
- Arrodilláte he dicho, carajo, gritó
Marta se arrodilló casi instintivamente y lo miró. La sorpresa había desaparecido de su cara, que reflejaba temor y ansiedad.
- Ahora, chupámela
- ¿Quée?
- ¡Chupámela, carajo!.
Tomó su cabeza por la nuca y la inclinó entre sus piernas. Ella estaba temblorosa, llena de miedo, y el temor la hizo obedecer. Bajó la cabeza y comenzó la felación. Durante unos minutos sólo se escuchó el absorber y absorber sube y baja de la mujer, que respiraba agitadamente. El no permitía que la cabeza se levantase. Dio un grito, un estertor ronco y alargado, y se vació en la boca de Marta. Entonces la soltó.
Ella se quedó sentada en el suelo reprimiendo las arcadas. Se limpió la boca con un pañuelo y comenzó a llorar. Gimoteaba y las lágrimas resbalaban por su cara, roja de humillación. El la miraba fijamente.
- Sos una bestia. ¿Por qué has hecho esto?
- Vos los sabés muy bien. Porque te temo.

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